La Comisión de
Cultura del “Centro Cultural Bernardino Rivadavia” de Ituzaingó, al cumplirse
el vigésimo séptimo aniversario de su fundación me ha invitado para reseñar en
este simpático acto, para que se conozca y difunda la trayectoria de esta institución
de bien público ya que hablar de él, es hablar del hijo dilecto del pueblo.
Nació bajo la
advocación del ilustre hombre civil argentino, cuya magnífica semblanza acaba
de hacernos el señor delegado del Instituto Popular Rivadaviano Profesor Isidro
Zalazar Pringles.
Lo creó un grupo
de personas –vecinos que representaban en el momento la fuerza activa, la
pujanza irrebatible del que está dispuesto a las grandes empresas, cual era en
este caso, la de levantar en el pueblo que se adivinaba de un futuro
promisorio, su nivel cultural e intelectual.
Lo prohijaron un
conjunto de maestros y profesores que contagiados del entusiasmo de sus
organizadores prestaron su desinteresado concurso para la realización de tan
ambicioso proyecto.
Se inició,
materialmente, con pobreza franciscana pero con la inspiración creadora del
artista que, concebida su obra, no la abandona hasta no verla realizada.
Abrió sus puertas
a la realidad el 26 de agosto de 1932 en el local del Cine “Petit Palace”,
cedido gentilmente por su dueño, teniendo andamios por mesas y por asientos
cajones, sin que sintiera el profesor menoscabada su enseñanza, sintiéndose, en
su afán de aprender, cómodamente sentado el alumno.
No desanimó esta
circunstancia ni a los unos ni a los otros, lejos de ello pronto habría de
ampliarse el horizonte pues la capacidad del lugar resultó reducida ante el
entusiasmo del alumnado que con el aliciente de una enseñanza gratuita, no solo
colmó el reducido espacio, sino que solicitó la creación de nuevos cursos, de nuevas
actividades.
Estancarse es
morir, así como renovarse es vivir, había que acceder al deseo despertado de
superación, de nuevas ambiciones en la juventud, ambiciones dormidas por falta
de oportunidad y la oportunidad estaba dada.
La casa ubicada
en la calle Rondeau 80 contigua al Cine fue la nueva sede del Centro. Se
crearon nuevos cursos de acuerdo a las necesidades, así como la biblioteca
popular que tuvo la virtud de despertar inusitado interés entre los
concurrentes a las aulas que podían retirar libros en préstamo, y los que no,
se hicieron asiduos concurrentes.
Dar nombres es
siempre pecar en omisiones molestas, sobre todo en obras de esta naturaleza en
que fueron muchos los que brindaron su experiencia y tiempo, pero no es posible
hablar del Centro Cultural Bernardino Rivadavia, sin recordar, así me lo
permitirán todos aquellos que contribuyeron en la cruzada, y en nombre de
ellos, que cite a dos que fueron alma y nervio en esta obra de bien común: la
Sra. Nélida C. de Devos, su primera Directora didáctica que volcó su
experiencia de docente, entusiasta, dinámica, detallista y excelente compañera
que no escatimó esfuerzo por levantar la moral, cuando más arreciaban las
adversidades y el Dr. Idélico L. Gelpi que aun continúa como Director de la
Sala de Primeros Auxilios, dependencia del Centro Cultural, con el mismo fervor
de hace veintisiete años y que fuera su organizador y director técnico.
Tampoco se puede
dejar de nombrar a otros que contribuyeron a sembrar esta obra, como a Heraclio
Ayerbe, Emilio Belbussi, Horacio O. Alberti, Dra. Lamort, Pío Fernández
Obineta, María B. de Grosclaude, Irene Righeti, Haydée Gelpi, Terrada, Luchia,
Dr. Carlos Cravenna, quienes y muchos otros le dedicaron al Centro Cultural-
durante muchos años- esfuerzo, perseverancia, animados de entusiasmo, empeñados
en hacer; estos pioneros fueron el factor vital de realizar propósitos de bien
común, ser útil, servir a la comunidad tan necesarios en esos momentos
desinteresadamente, y que algunos de ellos, aún siguen aportando con su
experiencia una eficaz colaboración al Centro, que siempre es convocante por la
función que cumple, necesita de la cooperación de todos, para bien de todos,
porque cuando las personas se unen en un fuerte lazo de solidaridad para llevar
a cabo un proyecto común, nace la esperanza, generadora de acción y del don más
preciado que es el sentido de la vida y con base de ir incorporando a través de
los tiempos nuevas voluntades, renovadoras, entusiastas, llenas de fe, y, con vocación de servicio, pueda proseguir
esta Casa, con la importancia de su función y con las obligaciones objetivas
que debe cumplir, garantice las condiciones básicas y necesarias con
responsabilidad, la prestación de los servicios públicos, de la educación –la
instrucción- la salud y la cultura, que con visión de futuro fue el pensamiento
y los principios fundamentales que guiaron con fuerza y decisión a los
fundadores de esta obra social, estimulando su marcha con un sostenido
crecimiento progresivo.
La necesidad de
expansión era cada vez mayor. El pueblo respondió ampliamente a su deseo de
perfeccionamiento cultural, la Casa, en principio amplia, no respondió a las aspiraciones
de la C.D., se impuso la mudanza y así se hizo a la calle 24 de Octubre 844.
El proyecto que
se acariciaba de ampliar la obra que se desarrollaba, bajo un nuevo aspecto,
tal era el de la asistencia social, hizo que se intensificasen los trabajos
Pro-Creación de una Sala de Primeros Auxilios dependencia del Centro Cultural.
Fue el Dr. Gelpi
quien, por intermedio del Dr. Jesús Alonso obtuvo una entrevista con el Sr.
José Iturrat fruto de la cual dicho Sr. Dona a la institución un terreno cuya
desfavorable situación obliga a su venta y la
adquisición posterior de otro situado a los fondos del Club Atlético
Ituzaingó.
Mas, las
autoridades de éste que contaban con dicha parcela para la ampliación de sus
actividades la solicitaron a las del Centro Cultural, a condición de otra que
llenase las aspiraciones del Centro. Así se obtuvo el terreno situado en la
calle Olivera entre las de Rondeau y Mariano Acosta. De inmediato y sobre el
mismo se proyectaron los planos para la futura construcción.
Entretanto la
labor del Centro Cultural había sobrepasado los límites del pueblo. De los más
cercanos llegaban alumnos ávidos de aprender, como llegaron profesores deseosos
de enseñar y de la calle 24 de Octubre pasamos a los altos de la casa Patré,
ubicada donde hoy se levanta soberbio el Gran Cine Ituzaingó.
Bien pronto
dejamos también, por falta de espacio, esta casa, para trasladarnos a la calle
Olivera 837. Para entonces, el Centro Cultural, dictaba diecisiete cursos a más
de trescientos alumnos; tenía su jardín de infantes, su biblioteca, había
establecido días de vacunación antivariólica y antidiftérica, que se aplicaban
no solo a los alumnos de la casa sino a los de las escuchas del pueblo,
extendiendo los certificados correspondientes.
Así continuó la
lucha, dura y difícil sostenida por el calor que le prestó en todo momento un
grupo de profesores la mayoría de los cuales no percibía ni viáticos, pese a
que los había que concurrían desde Flores y Moreno.
Así cerca de
dieciocho años de labor ininterrumpida hasta que precisados a dejar la casa, el
Centro cerró sus puertas, pues no fue posible continuarlas aun reduciendo sus
actividades, pese, como es lógico suponer, a los trabajos encaminados a la
adquisición de un nuevo local.
Así cesaron sus
principales actividades, así entró en ese período de laxitud en que la moral
decae, se relaja y se termina definitivamente.
No obstante,
cuando las obras han dado su fruto, cuando se han dejado huellas de labor
cumplida, no mueren del todo, no sucumben, el pueblo había hecho suya a la
institución y sintió su necesidad.
Eran muchos los
años de duro batallar, muchos habían pasado por sus aulas; alumnos de
contabilidad, dactilografía, taquigrafía, bordados, tejidos, corte y
confección, dibujo, secretariado,
enseñanza primaria, inglés, francés, jardín de infantes, alfabetización para
adultos, etc. Diecisiete cursos a los que concurrían no menos de tres
centenares de alumnos, niños y adultos.
El pueblo digo
que sintió surja esta Casa de estudios, luchó por su vida formó una Pro-prosecución
de actividades del Centro Cultural y Sala de Primeros Auxilios. Se trabajó
febrilmente por la construcción de la casa propia constituyéndose una Comisión
Vecinal: acrecido el número de sus habitantes a través de los años,
privilegiado en cuanto al desarrollo comercial e industrial, respondió al
llamado de su propia responsabilidad; comerciantes, profesionales, todos en
general brindaron su concurso generoso para que el proyecto largamente
acariciado se convirtiese en realidad.
Las gestiones realizadas
por el Dr. Gelpi dieron sus frutos, las autoridades municipales donaron las
tierras solicitadas y el centro Cultural vendió su terreno volcando en el fondo
común el producto del mismo. Es oportuno decir que los señores José Muntada,
Oscar López, José Nogueira, idearon formar una Comisión Pro-Edificio, surgiendo
el Sr. José Tiscornia para presidir la Comisión Vecinal, cuyos nombres
perdurarán en el pergamino que adorna el hall de la Sala de Primeros Auxilios.
De generación en
generación se dio a la tarea de la construcción de la Sala, proyectada y
dirigida por los arquitectos Alfredo Felice, Sergio Pellegrini y Hugo R.
Chiaramonte, quienes trabajaron denodadamente
sin percibir honorarios.
Convertido en
realidad este ambicioso sueño, dicha Comisión entregó las llaves de la Sala de
Primeros Auxilios a las autoridades del Centro Cultural. No terminaron como no
terminarán nunca las vicisitudes, los arduos trabajos a que siempre se vieron y
se ven abocadas las C.D. porque siempre surge una nueva idea, un nuevo sentido
de responsabilidad, un nuevo motivo de ser útil al prójimo cuando se tiene
verdadero espíritu de lucha, real renunciación a la propia tranquilidad en aras de los más necesitados.
Desde que se
hicieron cargo los miembros de la C.D. del Centro Cultural, tuvieron como norte
la prosecución de las obras para terminar la parte cultural. Poco tiempo ha se
llevó a término y se inauguró la Biblioteca Popular; y continuando con los
aciertos se creó una Comisión de Cultura que con todo entusiasmo se entregó a
la tarea de cumplir un vasto programa. Este es uno de los actos organizados por
ella.
Conozca el pueblo
sus obras, obras que se dio con no pocos sacrificios, no deje, por apatía o
indiferencia de prestarle su constante apoyo, compenétrese de sus necesidades,
colabore a resolver sus problemas, sosténgala, critique con crítica sana,
constructiva, a sus dirigentes, opine, dé soluciones, no abandone su propio
sacrificio, no crea que todo está hecho, contribuya a su sostenimiento no solo
materialmente, su ayuda moral y espiritual es necesaria también.
Esta es la obra
magna de Ituzaingó, producto del esfuerzo de todos, ejemplo viviente para los
demás pueblos, en los que ojalá, cunda el deseo de imitación.
¡Ojalá cada
pueblo levante como Ituzaingó un Centro Cultural y una Sala de Primeros
Auxilios.
HORACIO O. ALBERTI